Queridos hermanos: Ha pasado otra semana con restricciones, pero nos vamos acercando al final de esta etapa, aunque nos parece que demasiado lentamente. Aun nos es necesaria la paciencia, y poder esperar confiados en el Señor. Si verdaderamente se terminan las restricciones para nuestras reuniones, y próximamente podemos reunirnos para el culto de la Cena del Señor para alabar y adorar al Dios nuestro después de todos estos domingos sin congregarnos, deberíamos venir con el corazón gozoso y alegre por poder volver a juntarnos para adorar al Señor: “Yo me alegre con los que me decían: A la casa de Jehova iremos” Sal 122:1, si podemos decir con David “tengo mi afecto en la casa de mi Dios” 1Cr. 29:3. Y, aunque para los creyentes no es la casa, el edificio, lo que importa, pero si es el lugar en que nos reunimos como asamblea para alabar, agradecer y adorar al Señor que nos ha colmado de tantos beneficios, y, esto hacerlo “en espíritu y verdad” Jn. 4:24. Deberíamos también, acudir con el corazón lleno de gratitud, por cuanto nos ha protegido y guardado en todos estos días. Hasta el momento, ninguno de los miembros de la iglesia ha contraido la enfermedad que nos ha confinado. Es un motivo para el agradecimiento. También es un momento adecuado para la confesión de nuestros pecados delante del Señor. ¡Cuantos olvidos, traiciones, negaciones de nuestro Señor hemos cometido! En días como estos propicios para la reflexión, debemos considerar nuestras vidas delante de las demandas de nuestro Señor, (nuestro Señor, nuestro Amo, el que nos compro, de quien somos esclavos) y ver en lo que le hemos fallado, lo que debemos dejar a un lado y aquellas cosas que debemos potenciar y mejorar en nuestras vidas, (vidas que le pertenecen a El). Debemos comprometernos en las cosas de Dios; y esto significa implicarnos de tal manera que usemos y gastemos nuestras vidas en el triunfo del evangelio sobre este mundo rebelde y opositor a Dios. Otra cosa sobre la que debemos interesarnos y pedir, es que el Señor promueva un nuevo avivamiento entre los suyos, de tal manera que esta iglesia apagada y sin brillo que tenemos en Occidente, se vuelva una iglesia viva, fresca, sensible, reluciente, que brilla con el claro mensaje del evangelio. Pero, para que la iglesia sea así, los creyentes debemos ser así. Y, para que los creyentes seamos así, igualmente que en todos los avivamientos que hubo en el pasado, es necesario, obligatorio, que los creyentes volvamos a la Palabra de Dios y a la Oración. Sin estas dos condiciones nunca hubo avivamiento. Necesitamos volver a la lectura diaria de la Palabra de Dios. Ella es la que debe moldear y conformar nuestras vidas. Toda la información y conocimiento necesario para nuestra vida están en ella. Fuera de ella no hay vida espiritual; y contra ella, aun menos. En ella están las “palabras de vida eterna” Jn. 6:68. Ella es “palabra viva y eficaz” Heb.4:12. Y “siendo renacidos....por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre” 1P. 1:23. “La palabra de Cristo more en abundancia entre vosotros, enseñándoos y exhortandoos unos a otros en toda sabiduria; cantando con gracia (gratitud) en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Col 3:16. Y, en cuanto a la oración, “esa respiración del alma” (Agustín de Hipona), o esa “comunicación amorosa entre el alma y Dios”, ¡cuanto necesitamos practicarla!, reconociendo nuestra total dependencia de Dios, alabándole, dándole gracias, intercediendo por otras personas, y pidiendo para las propias necesidades, tanto espirituales como materiales: “La oración eficaz del justo tiene mucho poder” Stg. 5:16. El mismo Señor Jesucristo fue un hombre de oración, de ello nos dan abundantes testimonios los evangelios. Pensemos pues, meditemos, consideremos todas estas cosas, y, haciéndole caso al apóstol Pablo, “en todas estas cosas seamos mas que vencedores por medio de Aquel que nos amo”. Ro. 8:37. Que así sea.

Amen.