Queridos hermanos: Han pasado otros siete días restringidos a nuestras casas, pero con la ayuda y presencia de nuestro gran Dios en todo momento, cuidándonos y sosteniéndonos en nuestra confianza en el. Parece que se comienza a atisbar un plan para ir reponiendo poco a poco la normalidad, por lo menos de lo esencial. Sigamos orando y dejando que nuestro Señor sea el que nos de la salida de esta situación. El es sabio y poderoso. La dependencia del hombre, de todo su ser, de la divinidad, de Dios, se expresa de una manera plena en la adoración. El adorador se siente asombrado, y también temeroso, ante la presencia de lo infinito, lo trascendente, lo milagroso. Aunque la respuesta a estas cualidades es varia, según la condición espiritual de la persona. Muchos fueron los que vieron y fueron testigos de los milagros de Jesús, incluso de la resurrección de muertos, pero no todos creyeron. ”Todas las obras alaban a Dios, pero solo los santos le bendicen” Sal. 145:10. Solo ellos pueden expresar con conocimiento y conscientemente y con sentido las palabras que, de forma callada tributa la naturaleza (No hay lenguaje ni palabras, ni es oída su voz, Sal. 19:3). El conocimiento de Dios, su revelación, invitan a la adoración. Y cuanto mas profundo sea este conocimiento, y cuanto mas se experimente la realidad de Dios en nuestra vida, mas profunda y sabia sera la adoración del creyente. Si reconocemos que hemos recibido de Dios mucho, en igual medida debemos estar dispuestos a darnos a Dios. Esto es gratitud, responder de la misma manera a quien nos ha dado tanto, Y esta es uno de los ingredientes necesarios de la adoración. Otro componente de la adoración es la alabanza: el canto sincero y elogioso al Dios que nos da la vida y todo lo necesario para ella. A el es a quien debemos poner en alto en nuestras vida y con nuestra vida. Un tercer ingrediente dela adoración es la confianza. Y esto en el doble sentido: de confiar en el:; “Bienaventurado el hombre que puso en Jehova su confianza” Sal. 40:4 y “Jehova es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en el confían” Nah. 1:7. y también en el sentido de usar de la libertad,o confianza que el nos otorga para entrar en el Lugar Santísimo y acercarnos, ¡acercarnos!, a ese nuestro gran Dios y Salvador. No adoramos a un Dios lejano, ni desde lejos, sino que lo hacemos a un Dios cercano, que esta, vive y mora en nosotros. Y nos ve, lo que hacemos y como lo hacemos, si es con sinceridad, amor y reverencia (temor). La otra característica de la adoración, y que ya va implícita en las tres anteriores, es el amor a la presencia de Dios, a ese deseo de tener continuamente plena comunión con el, y que el este siempre presente en todos los actos de nuestra vida, sin que deseemos esconderle nada; y que no haya ninguna cosa que nos avergüence delante de el. “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención” Ef. 4:30. Hay una quinta característica de la adoración que es necesaria y obligatoria en el sincero adorador, y es el servicio, que debe ser total, pleno, completo, como el servicio de un esclavo a su amo. Y en esto, una vez mas, tenemos a quien imitar: a nuestro Señor Jesucristo, Él es el Siervo de Jehová por excelencia, como encontramos en el Antiguo Testamento, especialmente en Isaias. Pero también en Fil. 2:5 es presentado tomando forma de siervo, esclavo, y así cumplir la voluntad del Padre. Y este servicio no solo es en relación con el culto al Señor, sino también como ministerio, y servicio a la iglesia y al prójimo, que es el verdadero servicio a Dios. Tomando las palabras de un gran teólogo y siervo del Señor, W. Gruden: “Adorar es la actividad de glorificar a Dios, en su presencia, con nuestras voces y corazones” Que todos los suyos adoremos a Dios de esta manera. Amen.