Queridos hermanos: Ahora ya si vamos adquiriendo mas normalidad en nuestras actividades, con mas movilidad personal, sin que por ello dejemos de tomar las precauciones recomendadas por las autoridades. Este domingo será el ultimo sin reuniones. El próximo, el día 21, ya estaremos reunidos, en la voluntad del Señor. Es ahora el momento de preguntarnos a nosotros mismos que significan estos días de confinamiento y restricciones a nuestras salidas de casa. ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué cosas hemos primado por encima de otras? ¿Sabemos escoger lo mejor por encima de lo licito? ¿Valoramos más la comunión con los hermanos? ¿Vemos mas clara la belleza de la Palabra de Dios y sus consejos y consuelo para los días de soledad? ¿Hemos experimentado en nosotros la permanente fidelidad de Dios? ¿Sabemos aprovechar mejor el tiempo en lo que es útil y beneficioso para nuestra vida espiritual? ¿Nos damos cuenta mejor que antes de la realidad de la muerte? etc. Todas estas cuestiones, y más que podríamos citar, debieran motivarnos a reajustar nuestras vidas y considerar nuestra relación y comunión con nuestro Dios. Debemos renovar nuestra disposición y entrega a la obediencia a nuestro Dios. En la epístola de Santiago se habla del “hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque el se considera a si mismo, y se va, y luego olvida como era” Stg. 1:23-24. El diagnostico, por si solo, no sirve para remediar la situación. Hace falta aplicar el remedio. Es necesario ser ““hacedor de la obra”“, tomar la decisión y poner los medios necesarios para, siguiendo el diagnostico, aplicar el remedio, que hará que nuestra vida le sea agradable a nuestro Señor, y en nosotros quede la satisfacción de una vida de santidad: ““Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace”“ Stg. 1:25. Es, pues, hora de ir dejando todo aquello que no edifica, personalmente y comunitariamente, y consagrarnos a lo que si instruye y es permanente. Las cosas espirituales son eternas. No quedan aquí abajo con la carne. Debemos pues consagrarnos a lo que permanece para siempre, dejando a un lado lo fútil, lo insustancial, lo insignificante para la eternidad. Y este compromiso nos exige entregarnos completamente a esa causa por la que vale la pena vivir y dar la vida. Gastar nuestra vida en trabajar pera el triunfo del Reino de Dios, santificándonos, edificando a los hermanos, orando y anunciando a otros el evangelio de salvación. Si hacemos todo esto habremos decidido acercarnos mas a los mandamientos de nuestro Señor, y de perfeccionarnos a nosotros mismos en el anhelo de parecernos mas a nuestro Señor Jesús, el Cristo, quien es nuestro adalid, nuestro jefe de filas, y sobre quien debemos poner nuestros ojos: ““despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” “Heb. 12:1-2. ““Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora esta ya mas cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creimos” “ Ro. 13:11. “Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistamos las armas de la luz…revistiéndonos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” Ro.13:12-14. Que el Señor bendiga en nosotros este propósito. Amen.